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jueves, 28 de octubre de 2021

La felicidad



Jung definía la felicidad como la consecución de lo que se quiere. Una descripción simple que Borges analizó poniendo el énfasis en su última parte “lo que se quiere”. 

Todo un universo cabe en esa querencia. Y todo un infierno.


Borges sostenía que la felicidad es antagónica al estatismo. O lo que es lo mismo que, salvo algunas excepciones, no somos conscientes de nuestra felicidad cuando la estamos disfrutando y nos damos cuenta a posteriori.

Bolaño, al ser preguntado por la depresión, insistía en el antagonismo entre felicidad y tristeza: la primera se extraña en retrospectiva al ser recordada, la segunda nos sacude sin piedad en el ahora.


Todos estos condicionantes, enmarañan nuestras vidas y convierten nuestro día a día en un transitar agónico en la búsqueda de razones, sentido y dirección, perdidos por una constante sensación de que “el presente es una especie de grasa que embadurna al pez de la felicidad para que nunca podamos agarrarlo”, como decía Camus.


“La felicidad es conseguir lo que queremos”. Ahora bien, ciñéndonos a la parte más importante de esa definición, ¿nos hemos parado a analizar qué es lo que queremos y por qué?


Creo que entre la idea que tenemos de las cosas y la realidad cabe todo un mundo de maravillas, horrores, éxtasis y decepciones. Nos movemos impulsados por la estúpida concepción de que ambas cosas son lo mismo y cuando nos damos cuenta de la cruda verdad, nos asolan sensaciones que cada vez gestionamos peor. El amor es un ejemplo claro: son muchas las personas que confunden una relación con un proceso de escultura agotador, en el que se intenta convertir a la persona amada en lo que creen que debería ser.

 
Ese proceso no solo ocurre en el amor. Sucede constantemente en cada aspecto de nuestras vidas, desde el más esencial al más nimio. Nuestro trabajo, unas vacaciones, una cena con los amigos...
La ambición, la expectativa emocional, comanda nuestra trayectoria rutinaria y nos acaba convirtiendo en esclavos de una parte de nosotros que somos incapaces de analizar y entender, cometiendo, muchas veces, los actos más ridículos e inexplicables. 


Creamos una serie de condiciones para que algo pueda ser considerado como satisfactorio sin preguntarnos de donde salen esos mínimos innegociables. Vivimos dominados por la constante proyección, por una necesidad incontrolable de que la realidad se amolde a nuestras expectativas y llamamos a eso conformismo, cuando, en esencia, no hay mayor acto de conformismo que dejarnos comandar por leitmotivs cuyos origénes desconocemos. Y ese conformismo, hoy día, se ve más impulsado que nunca por nuestras vidas en redes, repletas de conceptualizaciones estandarizadas de lo que debemos querer y lo que no, de lo que debemos ser y lo que no, de lo que es la felicidad y lo que no.


Roald Amudsen fue la primera persona en alcanzar el Polo Sur. Empleó las dos terceras partes de su vida en lograr ese objetivo y consiguió batir al capitán Scott en una épica lucha que quedó en los anales de la historia. Lo que poca gente sabe es que, como cuenta la biografía “My life as an explorer: a memoir”, esa estraordinaria aventura no estuvo a la altura de las dichosas expectativas de su protagonista y eso causó en el noruego una depresión de la que tardó años en recuperarse y que a punto estuvo de costarle la vida.
“No hay mayor infierno que verte poseído en una búsqueda, sin saber qué se busca”, dejó escrito Amudsen. Y para muestra un botón conocido por todos: los miles de actores inmortales, superestrellas del rock, deportistas imbatibles, escritores tocados por un Dios o millonarios en la cumbre del poder que acabaron con su vida por las drogas, por desamor, por la depresión o lo que es lo mismo, por no encontrar el sentido a su vida, por no saber qué buscaban.


Superada su depresión, Amudsen volvió a encontrar la pasión por la exploración y se embarcó en varios proyectos en el Polo Norte. Mientras iniciaba los preparativos dio una serie de conferencias en los Estados Unidos para contar su odisea en el Polo Sur. Un periodista le preguntó por su superada “tristeza”. La respuesta de Amudsen, en un inglés impecable, pero frío como su país de origen, sonó tan cálida como indescifrable en aquel auditorio de San Francisco, un día de invierno de 1913: “La felicidad es la única cosa del mundo que muere cuando la imaginamos”.

 

D. Méndez

sábado, 16 de octubre de 2021

Do not go gentle into that night/Dylan Thomas


No entres dócilmente en esa noche quieta. 

La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día; 

Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.

Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa, 

porque sus palabras no ensartaron relámpagos 

no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo con que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde 

rabian, rabian contra la agonía de la luz. 

Los locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera y aprenden, 

ya muy tarde, que llenaron de pena su camino 

no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los solemnes, cercanos a la muerte, que ven con mirada deslumbrante cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse y arder como meteoros 

rabian, rabian contra la agonía de la luz. 

Y tú, padre mío, allá en la amarga cima, maldice, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas, te suplico. 

No entres dócilmente en esa noche quieta. 

Rabia, rabia contra la agonía de la luz». 

 

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Do not go gentle into that good night,

Old age should burn and rave at close of day; 

Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right, 

Because their words had forked no lightning they 

Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright

Their frail deeds might have danced in a green bay, 

Rage, rage against the dying of the light. 

Wild men who caught and sang the sun in flight, 

And learn, too late, they grieved it on its way, 

Do not go gentle into that good night. 

Grave men, near death, who see with blinding sight  

Blind eyes could blaze like meteors and be gay, 

Rage, rage against the dying of the light. 

And you, my father, there on the sad height, 

Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray. 

 Do not go gentle into that good night. 

Rage, rage against the dying of the light.