No somos distintos por amar a personas del mismo o distinto sexo o a todas ellas, a una o a muchas, sucesiva o simultáneamente, con fugacidad o con compromiso, con intensidad, con extensión o con ambas, más jóvenes o más viejas, sexual, platónica o amistosamente; todo eso es irrelevante y no nos califica.
Lo que sí nos califica es cómo lo hacemos: con generosidad o con orgullo, con cuidados o con exigencia, con respeto o con deseo de dominación, con autenticidad o con imposturas, con valentía o con miedo, en libertad o con posesión y dependencia.
Al final, una vez más, sólo hay dos clases de personas en el mundo: las que piensan en quien tienen al lado y aquellas a quienes el o la de al lado se la trae, en realidad, al fresco, por mucho que afirmen amarlo.
Lo que sí nos califica es cómo lo hacemos: con generosidad o con orgullo, con cuidados o con exigencia, con respeto o con deseo de dominación, con autenticidad o con imposturas, con valentía o con miedo, en libertad o con posesión y dependencia.
Al final, una vez más, sólo hay dos clases de personas en el mundo: las que piensan en quien tienen al lado y aquellas a quienes el o la de al lado se la trae, en realidad, al fresco, por mucho que afirmen amarlo.
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