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martes, 29 de octubre de 2019

Balada del mal amor/ José Ángel Buesa

Qué lástima, muchacha,
que no te pueda amar...
Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha,
y tú un arroyo alegre que sueña con la mar.

Yo eché mi red al río...
Se me rompió la red...
No unas tu vaso lleno con mi vaso vacío,
pues si bebo en tu vaso voy a sentir más sed.

Se besa por el beso,
por amar el amor...
Ese es tu amor de ahora, pero el amor no es eso;
pues sólo nace el fruto cuando muere la flor.

Amar es tan sencillo,
tan sin saber por qué...
Pero así como pierde la moneda su brillo,
el alma, poco a poco, va perdiendo su fe.

¡Qué lástima muchacha,
que no te pueda amar!
Hay velas que se rompen a la primera racha,
¡y hay tantas velas rotas en el fondo del mar!

Pero aunque toda herida
deja una cicatriz,
no importa la hoja seca de una rama florida,
si el dolor de esa hoja no llega a la raíz.

La vida, llama o nieve,
es un molino que
va moliendo en sus aspas el viento que lo mueve,
triturando el recuerdo de lo que ya se fue...

Ya lo mío fue mío,
y ahora voy al azar...
Si una rosa es más bella mojada de rocío,
el golpe de la lluvia la puede deshojar...

Tuve un amor cobarde.
Lo tuve y lo perdí...
Para tu amor temprano ya es demasiado tarde,
porque en mi alma anochece lo que amanece en ti.

El viento hincha la vela, pero la deshilacha,
y el agua de los ríos se hace amarga en el mar...
Qué lástima muchacha,
que no te pueda amar...

lunes, 28 de octubre de 2019

El miedo mata la mente

No conoceré el miedo.
El miedo mata la mente.
El miedo es el pequeño mal que conduce a la
destrucción total.
Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí
y a través de mí.
Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior
para escrutar su camino.
Allí por donde mi miedo haya pasado
ya no quedará nada, solo estaré yo.

Frank Herbert, Dune. 

domingo, 27 de octubre de 2019

Politizar la miseria. A propósito de Joker


Dudo mucho que el éxito de la película Joker fuese el mismo si se titulara Arthur Fleck, el nombre del triste protagonista al que su madre en la ficción llama Happy. Aunque me parece inteligente como estrategia comercial, que conste.

Ese título que hace alusión al gran villano de la saga de Batman ha conseguido seguramente atraer a las salas a multitud de seguidores del cine de superhéroes en todo el mundo. Pero lo que se han encontrado tiene muy poco que ver con una batalla épica del Bien contra el Mal y sí mucho que ver con el abandono al que esta sociedad de “libre” mercado somete a los enfermos mentales. 

En la película vemos a Arthur de un sitio a otro, movilizado por la urgencia de lograr algunos ingresos con los que sobrevivir en medio de una ciudad sórdida y fría donde tanto tienes, tanto vales. Asistimos al colapso afectivo de un desgraciado que ve cómo en la televisión aparece un popular millonario que hace campaña electoral despreciando a los “perdedores”, los losers de una constante guerra de clases en la que los únicos que parecen tener conciencia de que están librando una guerra forman parte de la élite del dinero. 
Por eso ganan, justamente por eso no han dejado nunca de ganar.

En un determinado momento, una trabajadora social negra —un detalle que nos señala la racialización del empleo público en los Estados Unidos— informa a Arthur de que, debido a los recortes en los servicios sociales, van a cerrar esa oficina y ya no podrá entregarle gratuitamente sus medicamentos. Y apostilla que a los que gobiernan les importan una mierda tanto él, un enfermo pobre, como ella, una trabajadora que atiende a los excluidos del banquete de los triunfadores. Con esta escena paro de desmenuzar la trama de una película que, en mi opinión, merece ser vista, pero, sobre todo, sentida.

Nosotros, usted y yo, quizá no estemos tan enfermos como Arthur Fleck, pero sí es muy probable, en cambio, que estemos igual de “movilizados” que él, yendo de acá para allá en busca del sustento. En mi caso concreto, tuve que alejarme de familia y amigos y atravesar un océano. Y eso duele. Nunca deja de doler a pesar de todo lo bueno que he encontrado en mi tierra de acogida. Duele porque yo no escogí irme. Duele porque acaba de suceder algo tan maravilloso como el nacimiento de un nuevo sobrino, pero sé que, si todo va como se espera, no lo podré tener en mis brazos hasta que el niño esté a punto de cumplir un año. Hace daño no poder olerlo porque los bebés desprenden un intenso olor a vida.

El teórico italiano Franco “Bifo” Berardi nos advierte de que el capitalismo tardío convertido en “capitalismo absoluto” —y terminal, añado—, este sistema que se empeña en proclamar que no hay alternativa, ha volcado la lógica militar de la movilización total en el campo de las necesidades materiales: “el trabajo, la producción y el intercambio se han transformado en un campo de batalla cuya única regla es la competencia. Toda nuestra vida precaria está sometida a este imperativo: la competencia. Todas nuestras energías colectivas se alinean hacia la consecución de un único objetivo: luchar contra los demás para sobrevivir”. A nuestra manera de entender y vivir esta fase apocalíptica del capital, cuando nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de este particular modo de producción económica, el crítico cultural inglés Mark Fisher la llamaba “realismo capitalista”. Hemos naturalizado hasta tal punto esta comprensión de que la vida es una guerra que despreciamos cualquier verdadero cambio social, económico y político como irreal o utópico, como una fantasía improductiva y desechable.

Los efectos psíquicos de esta movilización militar de nuestros cuerpos son devastadores: del frenesí pasamos a las crisis de ansiedad o los ataques de pánico que dejan vía libre a la depresión. La Organización Mundial de la Salud alerta de que alguien se suicida cada 40 segundos alrededor del mundo, una tasa de mortalidad mayor que la provocada por guerras y homicidios. No creo, además, que el incremento de más de un 60% de los índices globales de suicidio desde la década de 1970 pueda leerse de forma independiente al hecho de que estos últimos decenios han coincidido con la imposición mundial del modelo neoliberal. A pesar de nuestra fama de país alegre, España es uno de los líderes mundiales en consumo de antidepresivos y ansiolíticos.

Este malestar difuso, este estar-mal que nos angustia se vive de manera privada o, más bien, privatizada: mientras trituran nuestras vidas vendidas al mejor postor nos hacen sentir culpables si no somos capaces de conseguir individualmente lo que se supone que tenemos que querer. Es decir, aprobación social y una pretendidamente infinita capacidad de consumo. Crece el vacío interior entre los ciudadanos de los países más ricos al tiempo que se extiende el expolio criminal de los territorios más empobrecidos. “La miseria de la abundancia coexiste con la abundancia de la miseria”, escribe Santiago López Petit, un pensador que insiste en que el malestar puede convertirse en la nueva cuestión social, en el asunto que nos empuje a subvertir el actual estado de cosas. Pero para ello debemos atrevernos a politizar ese malestar, exponiendo su carácter socioeconómico, evitando convertir nuestra vida en otra marca lista para ser consumida en unas redes sociales que más que unir atrapan. “La unidad de movilización corre en el corredor de la muerte con el currículum en la mano hacia la meta”.

¿Es esto vivir?, se preguntaba ya en el siglo XVI el joven Étienne de la Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Esta pregunta que abre la puerta tanto a la indignación como a la imaginación política no ha perdido ni un ápice de su vigencia en nuestros días.

Juan Dorado

viernes, 25 de octubre de 2019

Los caminos del viento


Querido Stig: Ojalá seamos dignos de tu desesperada esperanza.

Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.

Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”

(Carta de agradecimiento, al recibir el Premio Stig Dagerman, en Suecia, el 12 de septiembre, 2010)

E. Galeano


Invencibles

Nada podrá contra esta avalancha del amor.
Contra este rearme del hombre en sus más nobles estructuras. Nada podrá contra la fe del pueblo en la sola potencia de sus manos. 
Nada podrá contra la vida. 
Y nada podrá contra la vida, porque nada pudo jamás contra la vida.

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Amor, nosotros somos invencibles.
De historia y pueblo estamos hechos.
Pueblo e historia conducen al futuro.

Nada es más invencible que la vida;  su viento infla nuestras velas.

Así triunfarán pueblo, historia y vida cuando nosotros alcancemos la victoria.

Amanece ya en la lejanía de nuestras manos.
Y la aurora se despierta en nosotros,
porque somos los constructores
de su casa, los defensores de sus luces.

Ven con nosotros que la lucha continua.
Levanta tu orgullo miliciano, muchacha.

¡Nosotros venceremos, mi dulce compañera!

Otto René Castillo

jueves, 24 de octubre de 2019

No es a quién amamos sino cómo lo hacemos

No somos distintos por amar a personas del mismo o distinto sexo o a todas ellas, a una o a muchas, sucesiva o simultáneamente, con fugacidad o con compromiso, con intensidad, con extensión o con ambas, más jóvenes o más viejas, sexual, platónica o amistosamente; todo eso es irrelevante y no nos califica.

Lo que sí nos califica es cómo lo hacemos: con generosidad o con orgullo, con cuidados o con exigencia, con respeto o con deseo de dominación, con autenticidad o con imposturas, con valentía o con miedo, en libertad o con posesión y dependencia.

Al final, una vez más, sólo hay dos clases de personas en el mundo: las que piensan en quien tienen al lado y aquellas a quienes el o la de al lado se la trae, en realidad, al fresco, por mucho que afirmen amarlo.

Sátira a Franco/ Miguel Hernández

"Tu famosa, tu mínima impotencia,
desparramar intento
sin detener el paso ni un instante.

Para lo tal, me apeo en mi paciencia,
pulso un acordeón llorón de viento
y socarrón de voz, y ya es bastante.

Tu cornicabreada decrepitud purgante
exige estos reparos de escritura,
y con ellos ayudo a someterte,
no al manicomio al tonticomio oscuro
que tu idiotez sin mezcla de locura,
pide hasta que la muerte
venga a sacar tu vida de este apuro.

Llevas el corazón con cuello duro,
residuo de una momia milenaria
concurso de idiotas,
que necesita la alabanza diaria
y descosido en la alabanza explotas.

Cocodrilito pequeñito, ñito,
lagartija de astucia,
mezquina subterránea, con el rabo marchito,
y la mirada alcantarilla sucia.

Tarántula diabética y escuálida,
forúnculo político y gramático,
republico de triste mierda inválida,
oráculo, sarcófago enigmático.

Demócrata de dientes para fuera,
altares solicita tu zapato
No hagas más reflexiones de topo y madriguera
en tu conejeril rincón de mentecato.

Humo soberbio, sapo que te hinches
cuando oyes un piropo:
disuélvete en berrinches
resuélvete, desaparece, topo.

España no precisa
tu vaciedad de calabaza neta,
tu mezquindad que duele y que da risa,
tu vejez inconcreta,
venenosa, indecisa.

No te toca la sangre de los trabajadores,
sus muertes no salpican tu chaleco,
no te duelen sus ansias, ni su lucha,
tu tiniebla trafica con sus puros fulgores
su clamor no haya en ti ni voz, ni eco,
tu vanidad tu mismo ruido escucha
como un sótano seco.

Hay ojos que derraman raíces amorosas.
Sobre tus ojos tienes uñas que a hacerse dueñas de las cosas
avanzan por tus sienes.

Necesitan incienso e incensario
tu secundaria vida,
tu corazón de espino secundario,
tu soberbia de zarza consumida.

Sobre tu pedestal o tu peana,
monumento de oficio,
cuando su salvación está cercana
quieres llevar un pueblo al precipicio.

Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera
a España que jamás te rebuznara
con esa cara de escobilla fiera,
de vieja zorra avara.

No llevarás mi pueblo al precipicio,
dictador fracasado, rey confuso,
y caerás por la punta de una bota
sobre tus flacos días puesta en uso".

Conviene recordar el poema de Miguel Hernández a propósito de la exhumación de Franco hoy día 24 de octubre de 2019 después de 44 años en el Valle de los Caídos, lugar de peregrinación de chusma y de fascistas. 
Calienta que sales, hijo de puta. 

sábado, 19 de octubre de 2019

Las mujeres estamos rotas

Os voy a contar algo: Las mujeres estamos rotas. Puede que alguna no lo esté, pero casi todas estamos rotas y recompuestas. Por completo o en gran o menor medida, de forma visible o invisible, conscientes de ello o no. Estamos rotas. Podemos pasarnos la vida localizándonos los agujeros de las entretelas y zurciendo, cosiendo, recomponiendo allá donde encontramos un rasgón. A veces sabemos que estamos rotas y no nos encontramos dónde. A veces lo encontramos y no sabemos cómo repararnos. A veces no sabemos que lo estamos. Y a menudo no recordamos, no estamos seguras de cuándo y cómo y por qué nos rompimos, pero nos cosemos zurcidos variopintos y tantas veces invisibles.
Estamos rotas, pero generalmente no nos hemos roto nosotras ni las circunstancias. Lo normal es que nos haya roto alguien, generalmente un hombre o varios, y no por desamor o desengaño romántico, no. Por maltrato, abuso psicológico o abuso sexual de algún tipo, pues no sólo la penetración contra la pared de un callejón oscuro, en un portal, una fiesta o en un dormitorio presuntamente seguro supone violación o abuso. Hay mil y una formas de abusar sexualmente de una mujer y las perpetran hasta los niños porque a eso nacen, eso ven como normal en el mundo al que arriban.
En la abrumadora mayoría de los casos nos rompe alguien cercano, incluso un familiar, incluso un padre. Un tío que nos sienta en las rodillas y nos mete la mano infantil en su bragueta como quien juega a hacer cosquillas, un amigo de la familia que nos abraza más fuerte de la cuenta y nos clava su erección en el estómago o nos besa con un leve roce de la lengua en la comisura del labio cuando nadie mira, un hermano mayor que usa nuestro cuerpo como campo de pruebas de su pubertad emergente. Todos ellos, un padre, incluso, se nos meten en la cama en silencio y no encuentran resistencia. Porque somos muy jóvenes, incluso muy pequeñas para saber qué significa, porque son nuestros adultos cercanos y protectores, y no estamos muy seguras de que esté sucediendo nada malo, y queremos ser buenas, que para eso nos educan a las mujeres, y no malinterpretar, no molestar, no dar lugar a, no provocar nada ni que nadie piense que lo hemos hecho. Y normalizamos. Y callamos. Y asumimos que esa es la vida.
También pueden ser un grupo de pares en un colegio, levantando la falda a una compañera sujeta por otro niño para curiosear y saber qué se esconde en las bragas de una niña, o para demostrarle que ellos mandan, que tocan lo que quieran, que para eso son niños. Sí, los niños del patriarcado también demuestran su pequeña testosterona. O un novio impaciente que se niega a parar cuando se lo decimos, o un amigo que nos acusa de calentar cosas que no pensamos comernos. El novio de nuestra madre, el padre de nuestra amiga, el entrenador, el vecino, el exhibicionista del parque, el profesor de religión, el entrevistador de una empresa a cuya oferta de trabajo optamos, el jefe, el hijo del jefe, el amigo del jefe, el marido, el hermano del marido, que siempre que puede nos pega el magreo correspondiente. No son todos los hombres, pero los que son, lo son siempre, lo hacen muchas veces. Así que, al final, por mera estadística, sí somos todas las mujeres.
Hemos visto esos rotos en el cine y en la cultura terapéutica. Podemos imaginar el trauma y la culpa, la fractura simbólica que puede suponer algo así. Pero no podemos imaginar todas las fracturas invisibles que se nos forman y no es tan sencillo reparar. Niñas que pierden la confianza en quienes las protegen -es decir, en su mundo entero-, que aprenden a tener miedo de los hombres y con razón, que se convencen de que han hecho algo para merecerlo, mujeres que, de adultas, no logran relacionarse de manera fluida con los hombres porque hay una precaución latente que no se logra identificar ni superar, aunque sí se tenga consciencia del abuso.
Mujeres que no soportan el olor a cloro de las piscinas cubiertas, aunque no recuerdan que fueron violadas en un vestuario cierta tarde de sus trece años en la que se entretuvieron al recoger sus cosas. Otras que no toleran la cercanía de alguien que las abusó de jóvenes y tampoco saben por qué. La psique sabe sepultar muy bien aquello que es incapaz de procesar sin romperse y no volver a emergerlo nunca, o bien hacerlo al cabo de tantos años que una se queda perpleja. Algunas no pueden llevar una minifalda cómodamente sin sentir que tienen la vagina expuesta y accesible, pero no lo relacionan con la angustia de aquel día en que pasó el ritual de iniciación del grupo de pares del barrio y dejó que le metieran la mano bajo la falda los tres que fueron escogidos por la botella giratoria, total, cosas de jóvenes que no van a ningún sitio. Otras no pueden sentarse con las piernas abiertas como hay quien tiene vértigo a las alturas. Muchas no saben que no es que estén obesas, es que tienen un trastorno de la conducta alimentaria, ya sea bulimia o anorexia, que es una de las maneras en la que asoman las secuelas de tantos abusos que atentan contra el propio cuerpo, conocidos o no. Unas no quieren ni oír hablar del sexo. Otras lo buscan con llamativa compulsión. Entre medias, todos los tonos de gris.
Culpa, miedo, desvaloración, depresión, dolor, inseguridad, anorgasmia, obesidad, miles de adaptaciones del carácter, también llamadas pedradas, a fin de sobrevivir psíquica y emocionalmente. Las secuelas invisibles son innumerables y las formas que tenemos de repararlas, reconstruirnos y seguir adelante también. Aceptación, negación, reproducción del maltrato, sublimación en algo hermoso. Tantos procesos y maneras como mujeres abusadas hay en el mundo y todas suponen una proeza y un acto de supervivencia.
Así que cuando os preguntéis qué nos mueve, por qué somos como somos, qué nos afecta o duele, cuál es nuestra pedrada, antes de tacharnos de locas recordad que cada mujer es un mundo, al igual que cada hombre. Pero, a diferencia de vosotros, el 80% de nosotras estamos rotas por algún sitio sólo por el hecho de haber nacido mujeres, y a eso hay que sumarle las mismas fracturas y problemas que el resto del mundo, el masculino. Estamos rotas y recompuestas con mucho esfuerzo, contad con ello. O contribuid a que las nuevas generaciones de hombres dejen de romper mujeres.

Del muro de Zoe Guevara. 

jueves, 10 de octubre de 2019

Perdonar

"Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que el prisionero eras tú"

(Lewis B. Smedes, teólogo y profesor de ética estadounidense)

lunes, 7 de octubre de 2019

La maquinaria del desamor/Julio Cortázar


Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito
que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.






Qué vanidad imaginar

que puedo darte todo, el amor y la dicha,

itinerarios, música, juguetes.

Es cierto que es así:

todo lo mío te lo doy, es cierto,

pero todo lo mío no te basta

como a mí no me basta que me des

todo lo tuyo.




Por eso no seremos nunca

la pareja perfecta, la tarjeta postal,

si no somos capaces de aceptar

que sólo en la aritmética

el dos nace del uno más el uno.




Por ahí un papelito

que solamente dice:




Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte.




Y este fragmento:




La lenta máquina del desamor

los engranajes del reflujo

los cuerpos que abandonan las almohadas

las sábanas los besos




y de pie ante el espejo interrogándose

cada uno a sí mismo

ya no mirándose entre ellos

ya no desnudos para el otro

ya no te amo,

mi amor

domingo, 6 de octubre de 2019

Las ovejas negras


"Las llamadas 'Ovejas Negras' de la familia son, en realidad, buscadores natos de caminos de liberación para el árbol genealógico.
Aquellos miembros del árbol que no se adaptan a las normas o tradiciones del Sistema Familiar, aquellos que desde pequeños buscaban constantemente revolucionar las creencias, yendo en contravía de los caminos marcados por las tradiciones familiares, aquellos criticados, juzgados e incluso rechazados, esos, por lo general, son los llamados a liberar el árbol de historias repetitivas que frustran a generaciones enteras.

Las 'Ovejas Negras', las que no se adaptan, las que gritan rebeldía, reparan, desintoxican y crean una nueva y florecida rama... Incontables deseos reprimidos, sueños no realizados, talentos frustrados de nuestros ancestros se manifiestan en su rebeldía buscando realizarse. El árbol genealógico, por inercia, querrá seguir manteniendo el curso castrador y tóxico de su tronco, lo cual hace de su tarea una labor difícil y conflictiva... Que nadie te haga dudar, cuida tu 'rareza' como la flor más preciada de tu árbol. Eres el sueño realizado de todos tus ancestros".


Bert Hellinger

El centro del tiempo

"Hay un lugar donde el tiempo está detenido. Las gotas de lluvia cuelgan inmóviles en el aire. Los péndulos de los relojes flotan a medio vaivén. Los perros alzan sus hocicos en aullidos silenciosos. Los transeúntes están congelados en calles polvorientas, con las piernas alzadas y como sostenidas por hilos. Los aromas de los dátiles, los mangos, el cilantro, el comino permanecen suspendidos en el espacio.

Cuando un viajero se aproxima a ese lugar desde cualquier dirección, se mueve cada vez más lentamente. Los latidos de su corazón van distanciándose cada vez, se ralentiza su respiración, desciende su temperatura corporal, se reducen sus pensamientos, hasta que llega al centro exacto y se detiene. Ese es el centro del tiempo. El tiempo viaja hacia el exterior en círculos concéntricos; en el centro está inmóvil, y se mueve a mayor velocidad a medida que el diámetro aumenta.

¿Quién querría hacer una peregrinación hasta el centro del tiempo? Los padres con sus hijos, los amantes".

"Hay quien dice que es mejor no acercarse al centro del tiempo. La vida es una copa de tristeza, pero es noble vivir, y sin tiempo, no hay vida. Hay quien disiente. Prefieren una eternidad de alegría, no les importa que esté fija e inmóvil, como una mariposa en un estuche."


Los sueños de Einstein
Alan Lightman
Traducción de Andrés Barba

sábado, 5 de octubre de 2019

Quiéreme entera

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche…
Y madrugada en la ventana abierta.
Si me quieres, no me recortes:
quiéreme toda… o no me quieras.

D.M. Loynaz

miércoles, 2 de octubre de 2019

Los hijos/ Eduardo Galeano



"Hace once años, en Montevideo, yo estaba esperando a Florencia en la puerta de la casa. Ella era muy chica; caminaba como un osito. Yo la veía poco. Me quedaba en el diario hasta cualquier hora y por las mañanas trabajaba en la Universidad. Poco sabía de ella. La besaba dormida, a veces le llevaba chocolatines o juguetes.

La madre no estaba aquella tarde, y yo esperaba en la puerta de la casa el ómnibus que traía a Florencia de la jardinería.

Llegó muy triste. No hablaba. En el ascensor hacía pucheros. Después dejó que la leche se enfriara en el tazón. Miraba el piso.

La senté en mis rodillas y le pedí que me contara. Ella negó con la cabeza. La acaricié, la besé en la frente. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné. Entonces volví a pedirle:

- Andá, decime.

Me contó que su mejor amiga le había dicho que no la quería. Lloramos juntos, no sé cuánto tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla.

Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservado."