“La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar"
Isak Dinesen
Tú no puedes entenderlo, pero cuando siento los pies pesados y débiles de puro desaliento, me lanzo al agua y adquiero la misma ligereza que los peces escabulléndose de un tiburón resentido; cuando de puro dolor me falta el aire y me ahogo en la soledad de una habitación repleta de gente, sumerjo la cabeza en el agua y arranco a respirar con la misma libertad que un delfín en alta mar; cuando mi cuerpo hierve con fiebre de pura nostalgia, me zambullo en el agua y en ella se extingue el fuego que aviva las ausencias, tal como sofoca una tormenta de verano un bosque ardiente. Tú no puedes entenderlo, pero la tierra quemada sabe de ese agua que limpia y renueva la piel después de cada agravio, de cada desencanto, de cada humillación, la tierra ensordecida sabe del sonido sereno del agua que te cubre como un eco, del manto protector con que te envuelve, cada gota de lluvia, en una niebla húmeda que no atraviesa el miedo.
Tú no puedes entender la aquietada vida bajo el agua, el tiempo bajo el agua compuesto, no por horas, minutos ni segundos, sino por espectros bañados de esperanza, pulsiones de perdón, latidos de un renacimiento. Si eres capaz de entender que el agua haga brotar una hoja verde en una rama medio muerta, y nazca una nueva flor en un jardín descuidado, o que la hiedra trepe por la tapia de una ruina, entonces no es tan difícil que en la superficie del agua revivan las sonrisas borradas ayer por un error, por un descuido, por simple dejadez. Me gustaría poder enseñarte todos los sonidos, todas las voces que susurran bajo el agua, las voces de algunos que se fueron, las voces de otros que aún están por llegar y ya te van llamando, y que el estruendo de los días apenas permiten escuchar.
Enseñarte también a sentir la caricia que recorre la piel como terciopelo húmedo, como el sudor en las manos de un amante olvidado, enseñarte a sentir esa lengua mojada que explora cada oquedad de los cuerpos desnudos.
Quisiera compartir la eternidad de un instante bajo el agua contigo, que la fuerza del agua derribase la nada que nos separa, de mi aliento a tu boca insuflar la tormenta que te despierte y jugar a pintar con colores el vacío en los ojos, a la sombra del agua.
Isak Dinesen
Tú no puedes entenderlo, pero cuando siento los pies pesados y débiles de puro desaliento, me lanzo al agua y adquiero la misma ligereza que los peces escabulléndose de un tiburón resentido; cuando de puro dolor me falta el aire y me ahogo en la soledad de una habitación repleta de gente, sumerjo la cabeza en el agua y arranco a respirar con la misma libertad que un delfín en alta mar; cuando mi cuerpo hierve con fiebre de pura nostalgia, me zambullo en el agua y en ella se extingue el fuego que aviva las ausencias, tal como sofoca una tormenta de verano un bosque ardiente. Tú no puedes entenderlo, pero la tierra quemada sabe de ese agua que limpia y renueva la piel después de cada agravio, de cada desencanto, de cada humillación, la tierra ensordecida sabe del sonido sereno del agua que te cubre como un eco, del manto protector con que te envuelve, cada gota de lluvia, en una niebla húmeda que no atraviesa el miedo.
Tú no puedes entender la aquietada vida bajo el agua, el tiempo bajo el agua compuesto, no por horas, minutos ni segundos, sino por espectros bañados de esperanza, pulsiones de perdón, latidos de un renacimiento. Si eres capaz de entender que el agua haga brotar una hoja verde en una rama medio muerta, y nazca una nueva flor en un jardín descuidado, o que la hiedra trepe por la tapia de una ruina, entonces no es tan difícil que en la superficie del agua revivan las sonrisas borradas ayer por un error, por un descuido, por simple dejadez. Me gustaría poder enseñarte todos los sonidos, todas las voces que susurran bajo el agua, las voces de algunos que se fueron, las voces de otros que aún están por llegar y ya te van llamando, y que el estruendo de los días apenas permiten escuchar.
Enseñarte también a sentir la caricia que recorre la piel como terciopelo húmedo, como el sudor en las manos de un amante olvidado, enseñarte a sentir esa lengua mojada que explora cada oquedad de los cuerpos desnudos.
Quisiera compartir la eternidad de un instante bajo el agua contigo, que la fuerza del agua derribase la nada que nos separa, de mi aliento a tu boca insuflar la tormenta que te despierte y jugar a pintar con colores el vacío en los ojos, a la sombra del agua.