tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportar
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
pero eso sí
-y en esto soy irreductible-
no les perdono,
bajo ningún pretexto,
que no sepan volar.
Si no saben volar
no tienen nada que hacer conmigo.
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Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente del ave.
¿Qué me importaban sus celos enfermizos y esa montaña rusa emocional
en la que estaba subida?
¿Qué me importaban sus bracitos enjutos
y sus miradas juzgándome?
¡Era una pluma! Mi pluma..
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del salón al estudio.
Volando me preparaba el baño, me encendía el radiador
si me veía temblando.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito luminoso.
“Mi ave, mi pequeño pajaro... una palabra malsonante
y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte
olvidando todo lo dicho.
Durante kilómetros de silencio planeaba hasta
aproximarme al paraíso;
durante horas enteras flotábamos sobre una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en caída libre,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia ser tan ligera,
sólo por ver con mi ave tan de cerca las estrellas!
Después de conocer un ave tan etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos un ser terrestre?
¿Verdad que hay una diferencia sustancial
entre vivir con un ave o con un ser terrestre
aunque éste tenga los músculos apolíneos?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de un ser lineal
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
Poema de Oliverio Girondo tuneado.
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