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jueves, 26 de marzo de 2020

Se deja de querer/ J. Buesa

Se deja de querer, y no se sabe
por qué se deja de querer:
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.

Se deja de querer, y es como un río
cuya corriente fresca ya no calma la sed;
como andar en otoño sobre las hojas secas,
y pisar la hoja verde que no debió caer.

Se deja de querer, y es como el ciego
que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren;
o como quien despierta recordando un camino,
pero ya sólo sabe que regresó por él.

Se deja de querer, como quien deja
de andar por una calle, sin razón, sin saber;
y es hallar un diamante brillando en el rocío,
y que, ya al recogerlo, se evapore también.

Se deja de querer, y es como un viaje
detenido en la sombra, sin seguir ni volver;
y es cortar una rosa para adornar la mesa
y que el viento deshoje la rosa en el mantel.

Se deja de querer, y es como un niño
que ve cómo naufragan sus barcos de papel;
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.

Se deja de querer, y es como un libro
que, aun abierto hoja a hoja, quedó a medio leer;
y es como la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así supimos que se marcó en la piel.

Se deja de querer, y no se sabe
por qué se deja de querer...

martes, 24 de marzo de 2020

Éramos felices y no lo sabíamos


Qué harás cuando acabe todo esto?

Repartir sonrisas, besos y abrazos?

reunirte con los amigos, con la familia?

tocar a quien amas?

compartir cuanto tienes?

dejar de lado cualquier roce o agravio?

retomar donde lo dejaste?

recuperar lo que perdiste?

volver a los lugares que dejaste atrás?

salir de bares, de copas, de cañas, de tapas?

bailar, trasnochar, desfasar, tener sexo?

ir a conciertos, museos, teatros, monólogos?

pasear, bañarte en el mar, tumbarte en la arena,

sentarte en el banco de un parque, bajo un árbol,

disfrutar de la naturaleza,

de los niños, de los animales,

de todo lo que rebose vida?

viajar, conocer gente, ciudades, culturas,

compartir vagones y asientos con extraños?


Parece que haya pasado un siglo.

Olvidaremos todo lo que aprendimos en estas cuatro paredes?

Volveremos a mirar, a admirar, a aplaudir,

a llorar, a reír, a querer a nuestros hermanos desde los balcones?

Volver para ser otros.

Somos así de estúpidos.

Éramos felices y no lo sabíamos.

Heal and breath again


In Chinese Medicine, the lungs are where we process grief. When we hold onto grief, when it goes unacknowledged, we become congested.
Grief makes it hard to breathe.
Last year, the world watched in horror as the Amazon Rainforest- known as the lungs of the Earth- was ravaged by fire.
A few months later, a respiratory disease known as the coronavirus began to make its way across the world.
Both were a direct result of the livestock industry, which also happens to be one of the largest emitters of greenhouse gas into our atmosphere.

Whether you choose to call this cause and effect, poetic symbolism, or simple coincidence, two things have become abundantly evident in the time of the coronavirus: our connectedness and our vulnerability.
Much of the alarm we are experiencing is not due to the virus itself- the majority of people infected present mild symptoms adn eventually recover- but rather the speed at which it has spread, which is a direct result of our modern world and how small it has become.

We have seen how entire species and ecosystems have suffered at the hands of the Anthropocene, all the while deluding ourselves into thinking that we are immune.
But unlike many incarnations of the ecolgical crisis, the coronavirus does not discriminate amongst it targets. Citizens, celebrities, and world leaders alike are susceptible to its reach.

Never has its been more clear how interconnected we are- how inseparable we are from this collective body that we call the world. Like cells, when one of us falls ill, we are all at risk. And like cells, we must each do our part to listen and respond. Nature is trying to tell us something.
She is crying out in grief, and the worst thing we could do is ignore her warning. For too long we have quarantined ourselves from the Earth, and the damage we have done.

If we continue on the track we are on, the coronavirus is likely but a taste of what's to come. We should be grateful that for many of us, this is our first pandemic as a global community, for it will give us an opportunity to prepare for the future and hopefully decide a new course of treatment. As a friend of mine said recently, we must never waste a good crisis.

It is a principle of Chinese Medicine that physical aliments are manifestations of deeper imbalance. The coronavirus isn`t a disease, it's a symptom - a symptom of our perceived isolation and immunity. 

Now is the time to be humbled by our fragility and fortified by our ability to unify, even if not physically.
To listen to our bodies- our body- and remember that there is only one flesh we can wound.
To acknowledge our grief so that we can begin to heal, and breathe again.


@willwrights 

domingo, 22 de marzo de 2020

Un virus democratizador

"Resulta que ahora, dicen los titulares, hemos descubierto gracias al coronavirus que el ser humano solo puede sobrevivir gracias a la ayuda colectiva. Pero yo me pregunto, ¿lo descubrimos con la pandemia del sida en los años 80 y 90? Pues ya os digo yo que no, porque eso era cosa de maricones, de putas y drogadictos. ¿Aprendimos algo con la epidemia de Ébola en 2016? Qué va, eso era para negros y para los que se metían en países que no debían. ¿Salimos a los balcones a aplaudir por los afectados de la crisis económica de 2008? ¿Para qué? Eso era asunto de pobres. No nos engañemos, hemos descubierto la colectividad solo porque esta enfermedad ha golpeado de lleno a la crème de la crème de Occidente -todo eran risas cuando causaba estragos en China, ¿verdad?-. Y, precisamente, por la democratización del virus hemos visto como cae el rico, el blanco, el hetero y el de la derechita cobarde. Así que, de pronto, nos hemos visto amenazados y, de forma automática, se han puesto en marcha todos los mecanismos para salvaguardarnos. Así que hemos descubierto esa supuesta colectividad solo porque somos una enorme cabeza neoliberal que se mueve al unísono y, si se toca uno de sus componentes, se derrumba la pirámide entera. No, hijos míos, esto no es solidaridad colectiva. Es miedo. Sí, la verdad sea dicha: nos hemos unido porque estamos cagados. Porque con esto no solo pueden morir negros, maricones, inmigrantes o pobres. Y porque, en realidad, nunca pensábamos que esto nos tocaría a nosotros, punta de la pirámide del privilegio. Hemos creado esta cadena de unión internacional porque encima de todo no hay ningún colectivo al que culpabilizar y, ante la falta de cabezas de turco, nos hacemos arrumacos psicológicos y nos consolarnos unos a otros con resignación sin poder echar mierda por la boca. Lo único que me gustaría es que esta crisis nos sirva para hacernos reflexionar, y no solo para montar festivales musicales en los balcones, tan necesarios para no darnos tiempo a pensar. Si esto puede servir para algo, que sea para que, cuando salgamos de esta, dejemos de hacer burda ostentación de nuestros privilegios occidentales y miremos un poquito más hacia los márgenes. Nos hemos unido porque estamos cagados."

(Carlos Barea)

sábado, 21 de marzo de 2020

Cooperación, no competición

"Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler.

Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane.

Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización"




(Ira Byock).

miércoles, 18 de marzo de 2020

Fuck Capitalism

Take a break, find your kindness. 
Capitalism wants us to compete, 
to hate each other, 
to fight each other, 
to grow tribal in the manifestations of our values and ideas. 
But today, say we will not do those things. 
We will make a hot tub in the yard with an old Rubbermaid, 
sing some songs, deliver things to neighbours, 
clean up the playground, make art, send mail, 
play games, dance, cook, work, 
learn a new house job that someone else always does, share. 
I love you, get on the swing set, pendulum, whatever this is… 
its going to be a lot of a lot over the coming months… 
we’ ve been preparing for this. 
And just in case, 
if anyone needs twenty bucks – I have two-, 
a phone call, a song, a poem, a reminder to get outside, 
a wish, a recipe, how to change your cars oil or check car basics, 
some tips for starting seeds, help because your toilet isn’t flushing, 
garden planning, I can give it to you. 
The sharing economy has arrived.

No tocarnos

Estos días frenéticos y extraños sufrimos unos pocos grandes dramas y muchísimos dramas pequeños. Los primeros —los muertos, los enfermos, los positivos, los trastornos de vidas y haciendas— salen en bucle en las noticias. Los segundos, íntimos, invisibles y sin reflejo en el producto interior bruto, son las procesiones que llevamos por dentro. Pienso en aquellos que anhelan tocar y ser tocados y no van a poder serlo durante un periodo indefinido de tiempo. No hablo, no solo, de lo que están pensando. Hablo del contacto físico ajeno nos hace sentir vivos.

De esos presos que esperan el careo piel con piel con los suyos como el litio que les permite seguir cuerdos. De esas parejas que no pueden quitarse las manos de encima autosometidas a una orden de alejamiento de un metro que, para el caso, viene a ser un mundo. De esos ancianos conviviendo en sus residencias con el doble fantasma de la soledad y el miedo mientras les asean extraños con mascarilla y guantes de látex. No hablo de civismo, ni responsabilidad, ni sentido de Estado. De eso ya hablan las noticias. Hablo de cómo nos tocará el alma no tocarnos hasta nueva orden.

Va a ser verdad que todo está contado y cantado. Que este era el muro de metacrilato que no nos deja olernos ni manosearnos de Kiko Veneno. El no tocarte y pasar todo el día junto a ti de Radio Futura. El ángel exterminador de Buñuel que nos acongoja, nos acojona y no nos deja salir teniendo todas las puertas abiertas. Y todo, mientras fuera estalla una gloriosa primavera con millones de adolescentes expulsados de las aulas viviendo en propia carne la lucha entre el mandato social de no tocarse y el hormonal de comerse a besos. 

Es pronto para saber cómo es el amor en los tiempos del coronavirus. Si habrá una explosión de onanismo o un pico de natalidad de fin del mundo. 

Lo difícil, si la alerta se eterniza, será decidir si vivir sin tocarnos es vida.

Luz Sánchez Mellado (El País)

Happy new year/ Julio Cortázar



Mira, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla

como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas

para entrar a tu mundo, ese trocito

de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche

de fìn de año de lechuzas roncas?

No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,

el durazno sedoso de la palma

y el dorso, ese país de azules árboles.

Asì la tomo y la sostengo,

como si de ello dependiera

muchísimo del mundo,

la sucesión de las cuatro estaciones,

el canto de los gallos, el amor de los hombres.


domingo, 15 de marzo de 2020

Las uvas de la ira/ El capitalismo canalla



“Y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. 
En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia.”

(Las uvas de la ira/ John Steinbeck)

Se cumplen 80 años del estreno de Las uvas de la ira de John Ford. Basada en una página real de la historia de los Estados Unidos: el Dust Bowl. Una sequía que duró siete años, tras los cuales llegaron brutales inundaciones, y se extendió desde el golfo de México hasta Canadá. Tres millones de personas dejaron sus granjas durante la década de 1930. El desastre medioambiental, que se unió a la Gran Depresión, se caracterizó por inmensas nubes de polvo y arena que escondían la luz del sol y a las que llamaron “ventiscas negras” o “viento negro”. Un escenario totalmente apocalíptico.

Y a la bíblica desolación se unieron las deudas de bancos usureros que concedían créditos abusivos, los desahucios, el hambre y en algunos casos hasta la muerte por inanición.

Lo más duro de la novela es el certero reflejo de la injusticia y deshumanización que conlleva el capitalismo. No solo muestra a los que se aprovechan de manera mezquina de los necesitados, también de la competitividad entre esos necesitados, gente que está lejos de enfrentarse al enemigo que los oprime de verdad. Por eso la novela y la película siguen, todavía hoy, tan vigentes. Y lo más irónico es que esta película, de evidente mensaje anticapitalista, fue prohibida por Stalin porque mostraba que hasta los estadounidenses más pobres ¡podían comprarse coches!

Y aunque hoy nos parezca terrible, en la población donde nació Steinbeck (Salinas, una de las ciudades a las que huían los jornaleros) le amenazaron de muerte y tuvo que abandonarla. Sus vecinos llegaron a organizar quemas públicas de sus obras, en plan nazi. Afortunadamente, décadas después los descendientes de aquellos hambrientos jornaleros construyeron un centro para honrar la memoria de Steinbeck.

Ford fue un hombre ideológicamente contradictorio, un tipo de ideas conservadoras pero que era capaz de rodar Las uvas de la ira o ¡Qué verde era mi valle! (sobre una humilde familia de mineros) y de hacer películas en favor de los indios (Otoño Cheyenne), los negros (El sargento negro) y las mujeres (Siete mujeres). Pero, en Holywood, muchos pensaron que la elección de Ford para la adaptación de la novela de Steinbeck era extraña y arriesgada. El resultado fue otra sensible y poética película, una de las más grandes obras de su filmografía.

El proyecto de Twentieth Century-Fox de adaptar la novela Steinbeck era de los más mimados y deseados del estudio. El impacto social de la novela, que habla del sufrimiento de unos jornaleros emigrantes en la Gran Depresión, fue tan importante que inspiró un movimiento en el Congreso norteamericano para aprobar una legislación en favor de los jornaleros del campo. Y todo lo consiguió un libro, algo que hoy es realmente impensable.

Las uvas de la ira acabó siendo la novena película más taquillera del año en Estados Unidos y logró dos Oscar. Pero si por algo será siempre recordada La uvas de la ira es por su maravilloso final. En él, Ma, uno de los personajes femeninos más grandes de la historia del cine, anima a su gente, a su familia, que se dirige a un nuevo trabajo como jornaleros: “La mujer se adapta mejor que el hombre. Los hombres vivís como si fuera a golpes. Nace un niño, muere alguien... a golpes. Tienes tu tierra y te la quitan. Otro golpe. Pero la mujer vive las cosas más seguidas, como un río. Hay remolinos y cascadas, pero el agua sigue andando siempre. Las mujeres somos de esa manera. Nacen y mueren nuevos seres, y sus hijos nacen y mueren también. Pero nosotros estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos, saldremos siempre adelante. Porque somos la gente”.

La novela de Steinbeck no acababa así, acababa de forma más triste, oscura, demoledora. La joven Rosaharn Rivers da a luz a un bebé muerto y acaba ofreciendo sus pechos, llenos de leche, a un hombre que se está muriendo de hambre. Nadie hubiese aceptado eso en una sala de cine en 1940 y nadie en Hollywood hubiese permitido estrenar una película con un final tan bestia y, desgraciadamente, tan real.

jueves, 12 de marzo de 2020

La sociedad del coronavirus


Enorme la reflexión del psicólogo F. Morelli, que circula entre nuestros queridos vecinos italianos:
“Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan que pensar...
En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando...
En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquéllos a los que no se les permite cruzar la frontera, aquéllos que transmiten enfermedades. Aún no teniendo ninguna culpa, aún siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, de repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a menudo a otras figuras e instituciones, el Coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos.
Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar esta epidemia, a caro precio.

(Cit. F. MORELLI, traducido al español)

lunes, 9 de marzo de 2020

Aprendí


Aprendí que los amores eternos pueden terminar en una noche, que grandes amigos pueden volverse grandes desconocidos. que nunca conocemos a una persona de verdad,
que todavía no inventaron nada mejor que el abrazo de esa persona que tanto quieres, 
que el nunca más, nunca se cumple 
y que el para siempre, siempre termina.
Aprendí que a veces el que arriesga no pierde nada, 
y que perdiendo también se gana.

Anónimo 

martes, 3 de marzo de 2020

Niños ricos y pobres/ Eduardo Galeano

El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero,
para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa.
El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, 
para que se conviertan en basura. 
Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, 
los tiene atados a la pata del televisor, 
para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. 
Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños.

We are the people/ Iggy Pop (Lou Reed Poem 1970)

Iggy Pop recitando un poema de Lou Reed de 1970.



We are the people without land
We are the people without tradition 
We are the people 
Who do not know how to die peacefully and at ease 
We are the thoughts of sorrows 
Endings of tomorrows 
We are the wisps of rulers 
And the jokers of kings 
We are the people without right 
We are the people who have known only lies and desperation 
We are the people without a country, a voice, or a mirror 
We are the crystal gaze 
Returned through the density and immensity of a berserk nation 
We are the victims of the untold manifesto of the lack of depth 
Of full and heavy emptiness 
We are the people without sorrow 
Who have moved beyond national pride and indifference 
To a parody of instinct 
We are the people who are desperate 
Beyond emotion because it defies thought 
We are the people 
Who conceive our destruction and carry it out lawfully 
We are the insects of someone else's thought 
A casualty of daytime, nighttime, space, and God 
Without race, nationality, or religion 
We are the people, 
and the people, 
the people.

lunes, 2 de marzo de 2020

Life of Pi

No tengo nada que decir acerca de mi vida laboral,
sólo que una corbata no es más que una soga,
y por muy invertida que esté,
acabará por colgar a un hombre si se descuida.

Es inevitable que confunda mi vida con la del universo.
La vida es una mirilla, un mero agujerito que da a una inmensidad.

La melancolía no es más que la sombra de una nube pasajera.


"Vida de Pi" (2001)
Yann Martel

domingo, 1 de marzo de 2020

Locos por vivir


“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.”

Jack Kerouac, On the Road