"...Son cosas a las que te acostumbras, te acostumbras a que la desconsideración de la gente no te haga daño. Se te hace callo en el alma igual que en las manos. Al principio, te cuando salía de noche, en el turno de las seis de la madrugada, que en invierno se hace tan duro por el frío, ese frío cabrón que a mí me traspasa todos los calcetines, me sentía desgraciada por mi manía de compararme con el resto de la humanidad.
Milagros decía que era envidia, y no, no es envidia. Ni es soberbia ni es envidia.
No lo digo para defenderme, pero no es envidia. Es el sentido de la justicia, que yo lo tengo muy interiorizado.
Hay personas que viven una vida asquerosa en todos los sentidos, desde el sueldo que ganan hasta el marido que les tocó en la rifa, o la cara horrenda que les ha dado Dios para que afeen el mundo a su paso, y sin embargo, esas personas son felices cuando dicen, qué bien que estamos todos juntos otra vez por Nochevieja; son capaces de ver a todo ese famoseo que sale en la televisión entrando y saliendo de fiestas, entrando y saliendo de hoteles, saliendo del aeropuerto, entrando en el AVE, y en ningún momento se les pasa por la cabeza el pensar, y por qué coño ellos sí y yo no. A ver, que alguien me diga por qué. Son personas que ven al prójimo y no se comparan, ¿no es increíble? Y se alegran cuando los Reyes de España saludan desde el yate de verano porque no son capaces de decirse a sí mismos, qué pasa aquí, qué pasa conmigo. Dios mío, tú que todo lo ves, por qué a mí no me llega el sueldo ni para ir a un cámping de Benidorm. Indignaos, coño, que no tenéis sangre en las venas. ¿Estamos hablando de la envidia?, pregunto.
Mi madre solía decirme, hija mía, es que tú tiendes a ver siempre la vida por el lado más desagradable. Y si tu madre te machaca con esa idea de ti misma desde pequeña, te lo crees, porque, cuando eres niño te crees todo lo que te diga tu madre, aunque vaya en contra de tu autoestima, aunque te deje para siempre hundida en el barro, aunque te coma las entrañas, como un alien, la sospecha de que tal vez tenga razón, que puede que la vida sea de otra manera pero que hay algo en ti, como una tara de nacimiento, que hace que la veas por el lado más miserable.
Mi madre solía decirme, hija mía, es que tú tiendes a ver siempre la vida por el lado más desagradable. Y si tu madre te machaca con esa idea de ti misma desde pequeña, te lo crees, porque, cuando eres niño te crees todo lo que te diga tu madre, aunque vaya en contra de tu autoestima, aunque te deje para siempre hundida en el barro, aunque te coma las entrañas, como un alien, la sospecha de que tal vez tenga razón, que puede que la vida sea de otra manera pero que hay algo en ti, como una tara de nacimiento, que hace que la veas por el lado más miserable.
Aún así, en cuanto tuve un poquito de uso de razón, en cuanto tuve conciencia, me esforcé por convencerme de que no era mío el problema, como me repetía mi madre, sino del mundo, que no está bien repartido. Ni el dinero ni la belleza. El problema es que en el cerebro de mi madre sólo cabían tres ideas y la pobre las mareó toda su vida y me torturó a mí, y a pesar de que, repito, no era una mujer inteligente, y ahora lo sé, lo sé todo, lo tengo todo ordenadito en el cerebro, los padres, aunque sean tontos de baba, o locos o asesinos, influyen sobre nosotros. Quien haya sido capaz de librarse de una madre que tire la primera piedra.
No tengo ningún interés en ver la vida negra, mamá, te lo juro, le decía, ningún interés, pero cualquier persona con dos dedos de frente se plantea así de crudamente la realidad. Esto es lo que Dios le concedió a estos y esto es lo que me concedió a mí esto es lo que te concedió a ti. Y no hay más verdad en la vida que esa, mamá. Ella decía que mis creencias eran incompatibles con la palabra de Dios, que Dios nos manda pruebas y hay que intentar superarlas y que en ese afán se puede encontrar también la felicidad. Y yo le decía que desde hacia tiempo se sabía que marxismo y religión eran compatibles. Y es extraordinario que aunque mi madre no tenía ninguna noción de marxismo, era escucharme decir eso y echarse a llorar. Nunca llegué a entender por qué.
Como ejemplo de esa resignación cristiana que practicaba mi madre y que yo no compartía (para nada) está el hecho de que a mi madre se le caía la baba con los niños de las Infantas. Yo creo que hay madres que acaban queriendo más a los hijos de las Infantas que a los suyos propios. O a los de Carolina, que encima es de otro país. Mi madre puede servir de ejemplo de ese disparate.
Sí, creo en Dios. No veo por qué, no me importa volver a repetirlo, eso tiene que ser incompatible con todo lo que he dicho. Creo en Dios, hablo con él y muchas veces le he preguntado: por qué a mí. Y me ha costado muchos años encontrar la respuesta. Creo que la he encontrado.
Me acuerdo de un libro que me trajeron los Reyes cuando tenía diez años. Se llamaba Pollyana y era de una niña pobre y huérfana de madre que vive con su padre; resulta que cuando llegan las Navidades la tal Pollyana tiene que ir a por su regalo a la beneficencia, porque en su casa no hay dinero ni para eso, y la niña se encuentra con que Papá Noel ( en este caso las señoras de la beneficencia), por un error organizativo, le ha dejado unas muletas. La niña, Pollyana, se va llorando a casa, natural, pero creo recordar que es su padre, que en cuento estaba retratado como un santo pero que para mí era un cínico porque si no es que no me lo explico, quien viendo a la niña llorar tan amargamente con las muletas en la mano le enseña a jugar al Juego de la Alegría. El Juego de la Alegría consiste en buscar un motivo de alegría a cualquier acontecimiento de tu vida, por mucho que te joda un acontecimiento. El padre de la niña, San Cínico, le propone que jueguen al juego de la alegría con las putas muletas y Pollyana de momento se queda sin habla, con los ojos a cuadros, como se hubiera quedado cualquier criatura ante una propuesta tan ridícula, pero luego de pronto a Pollyana, que hasta el momento parecía un ser inteligente, se le enciende una luz espiritual en el cerebro ( es un libro de ficción, evidentemente) y siente que hay razones para ser feliz porque, dentro de las innumerables desgracias que le han ocurrido (muerte de la madre, padre enfermo, pobreza, embargo de la casa, etc.), piensa Pollyana, ya absolutamente contagiada de la locura de San Cínico, ese beato, dentro de la tragedia que marcó su vida desde el primer día en que sus ojos se abrieron al mundo, hay un motivo de celebración: ha recibido unas muletas, de acuerdo, ¡pero no tiene que usarlas, sus piernas están sanas!
Fíjate que yo sólo tenía diez años cuando leí el libro y ya a esa edad anduve varios días cabreada y deprimida. Si no llega a ser porque no quería ofender a mi madre, lo hubiera tirado por la ventana. A mi madre le gustaba. Para ser exactos, le gustaba la teórica: esa niña, la felicidad que provoca el saber resignarse, la superación de contratiempos. Pero en la práctica, ya lo ves, en la práctica mi madre no quería verme limpiando. Los beatos siempre andan en el terreno de la especulación. Ah, la vida real es otra cosa. ¿ Qué hubiera pasado si yo le hubiera dicho: madre, mira a tu hija, soy barrendera, soy marmota municipal, así me gano la vida y así creo que me la voy a ganar hasta que me jubile? Madre, ¿ahora qué me dices?, ¿no crees que este es el momento de poner en práctica el juego de la alegría de Pollyana? Me puedo imaginar perfectamente cuál hubiera sido su reacción, ay, hija mía, no seas cruel conmigo, no me castigues, por qué me dices esas cosas. Conclusión: mi madre no se hubiera conformado con las muletas, como no se conformó con que yo no fuera más que tres meses a la universidad, igual que no quería que sus vecinas me vieran en paro, igual que nunca quiso que me vieran con la monstrua Milagros. Y seguro que había momentos en que le hubiera gustado borrarme del mapa para no tener que dar explicaciones a los demás, explicaciones en las que ella también introducía sus mentiras <>, pero todo ese poso de decepción que estaba en su interior lo transformaba en un estado de permanente preocupación por mí, de espíritu de sacrificio. Supongo que así entendía ella que debía ser la actitud correcta ante Dios, pero lo que yo me pregunto es, si Dios sabe lo que cada una de sus criaturas está pasando, si Dios todo lo ve, para qué representar una comedia cara a Dios. Eso es lo que me pregunto.
Por qué tenía que vivir esa vida, esa era mi pregunta íntima y desesperada al Señor. Por qué tenía que salir a las seis de la mañana con un cubo de basura en pleno invierno. No todo depende de Dios, eso está claro, también influye la voluntad, la fortaleza de las personas. Por qué entonces Dios me había dado a mí tan poca voluntad..."
No tengo ningún interés en ver la vida negra, mamá, te lo juro, le decía, ningún interés, pero cualquier persona con dos dedos de frente se plantea así de crudamente la realidad. Esto es lo que Dios le concedió a estos y esto es lo que me concedió a mí esto es lo que te concedió a ti. Y no hay más verdad en la vida que esa, mamá. Ella decía que mis creencias eran incompatibles con la palabra de Dios, que Dios nos manda pruebas y hay que intentar superarlas y que en ese afán se puede encontrar también la felicidad. Y yo le decía que desde hacia tiempo se sabía que marxismo y religión eran compatibles. Y es extraordinario que aunque mi madre no tenía ninguna noción de marxismo, era escucharme decir eso y echarse a llorar. Nunca llegué a entender por qué.
Como ejemplo de esa resignación cristiana que practicaba mi madre y que yo no compartía (para nada) está el hecho de que a mi madre se le caía la baba con los niños de las Infantas. Yo creo que hay madres que acaban queriendo más a los hijos de las Infantas que a los suyos propios. O a los de Carolina, que encima es de otro país. Mi madre puede servir de ejemplo de ese disparate.
Sí, creo en Dios. No veo por qué, no me importa volver a repetirlo, eso tiene que ser incompatible con todo lo que he dicho. Creo en Dios, hablo con él y muchas veces le he preguntado: por qué a mí. Y me ha costado muchos años encontrar la respuesta. Creo que la he encontrado.
Me acuerdo de un libro que me trajeron los Reyes cuando tenía diez años. Se llamaba Pollyana y era de una niña pobre y huérfana de madre que vive con su padre; resulta que cuando llegan las Navidades la tal Pollyana tiene que ir a por su regalo a la beneficencia, porque en su casa no hay dinero ni para eso, y la niña se encuentra con que Papá Noel ( en este caso las señoras de la beneficencia), por un error organizativo, le ha dejado unas muletas. La niña, Pollyana, se va llorando a casa, natural, pero creo recordar que es su padre, que en cuento estaba retratado como un santo pero que para mí era un cínico porque si no es que no me lo explico, quien viendo a la niña llorar tan amargamente con las muletas en la mano le enseña a jugar al Juego de la Alegría. El Juego de la Alegría consiste en buscar un motivo de alegría a cualquier acontecimiento de tu vida, por mucho que te joda un acontecimiento. El padre de la niña, San Cínico, le propone que jueguen al juego de la alegría con las putas muletas y Pollyana de momento se queda sin habla, con los ojos a cuadros, como se hubiera quedado cualquier criatura ante una propuesta tan ridícula, pero luego de pronto a Pollyana, que hasta el momento parecía un ser inteligente, se le enciende una luz espiritual en el cerebro ( es un libro de ficción, evidentemente) y siente que hay razones para ser feliz porque, dentro de las innumerables desgracias que le han ocurrido (muerte de la madre, padre enfermo, pobreza, embargo de la casa, etc.), piensa Pollyana, ya absolutamente contagiada de la locura de San Cínico, ese beato, dentro de la tragedia que marcó su vida desde el primer día en que sus ojos se abrieron al mundo, hay un motivo de celebración: ha recibido unas muletas, de acuerdo, ¡pero no tiene que usarlas, sus piernas están sanas!
Fíjate que yo sólo tenía diez años cuando leí el libro y ya a esa edad anduve varios días cabreada y deprimida. Si no llega a ser porque no quería ofender a mi madre, lo hubiera tirado por la ventana. A mi madre le gustaba. Para ser exactos, le gustaba la teórica: esa niña, la felicidad que provoca el saber resignarse, la superación de contratiempos. Pero en la práctica, ya lo ves, en la práctica mi madre no quería verme limpiando. Los beatos siempre andan en el terreno de la especulación. Ah, la vida real es otra cosa. ¿ Qué hubiera pasado si yo le hubiera dicho: madre, mira a tu hija, soy barrendera, soy marmota municipal, así me gano la vida y así creo que me la voy a ganar hasta que me jubile? Madre, ¿ahora qué me dices?, ¿no crees que este es el momento de poner en práctica el juego de la alegría de Pollyana? Me puedo imaginar perfectamente cuál hubiera sido su reacción, ay, hija mía, no seas cruel conmigo, no me castigues, por qué me dices esas cosas. Conclusión: mi madre no se hubiera conformado con las muletas, como no se conformó con que yo no fuera más que tres meses a la universidad, igual que no quería que sus vecinas me vieran en paro, igual que nunca quiso que me vieran con la monstrua Milagros. Y seguro que había momentos en que le hubiera gustado borrarme del mapa para no tener que dar explicaciones a los demás, explicaciones en las que ella también introducía sus mentiras <>, pero todo ese poso de decepción que estaba en su interior lo transformaba en un estado de permanente preocupación por mí, de espíritu de sacrificio. Supongo que así entendía ella que debía ser la actitud correcta ante Dios, pero lo que yo me pregunto es, si Dios sabe lo que cada una de sus criaturas está pasando, si Dios todo lo ve, para qué representar una comedia cara a Dios. Eso es lo que me pregunto.
Por qué tenía que vivir esa vida, esa era mi pregunta íntima y desesperada al Señor. Por qué tenía que salir a las seis de la mañana con un cubo de basura en pleno invierno. No todo depende de Dios, eso está claro, también influye la voluntad, la fortaleza de las personas. Por qué entonces Dios me había dado a mí tan poca voluntad..."
2 comentarios:
El texto empieza con "son cosas a las que te acostumbras". No sé yo...
Por traer a la Lindo, he pensado con qué agradecer, a ver qué tal...
un abrazo
Albert Plá
Añoro todo lo que no tuve
lo que tuve retuve
y eso no me lo quita nadie
Añoro solamente
lo que no vi ni en pintura
lo que no quise que ocurriera
lo que olvide por desidia
lo que no escuche por ciego
hecho de menos
me hace falta
lo que no viví ni en sueños
añoro por ejemplo
no haberme follado a Marta
pensando mientras tanto
que me follaba a su hermana
y añoro a esa muchacha
que jamas he conocido
que espera ansiosamente el amor mío
Y esa rayita y esa pastillita
que no tome contigo
aquella noche
me duelen los recuerdos
por no haberte conocido
ni amado ni violado
en un confesionario
quien pudiera haber gozado
de la luna y de tus besos
en aquel acantilado
dentro de un cadillac rojo
y por cierto ...
se me olvidaba decir
se me olvidaba decir
se me olvidaba decir
lo que vine a pedir
si quieres bailar conmigo
esa canción tan bonita
aun no existe todavía
pero es mi canción preferida
ye, ye, ...
Estoy triste voy de luto
como si se hubieras muerto
esos seres tan queridos
que son mis enemigos
Me duele la cabeza
no me quito la resaca
y eso que ayer me quede en casa
No tome ni una copita
ni tampoco mate a nadie
y eso que hay quien lo merece
por pereza o por cobarde
nunca quise a nunca pude
y añoro esos zapatos que no tuve
mis pies pisan descalzos
pues yo siempre ando desnudo
y eso que nunca me pinte
con purpurina todo el cuerpo
ni me subí a ese campanario
pa gritarle al sol y al viento
Me cago en la madre que parió a esos
mamones chicharelos que me están
chingando la existencia
y por cierto ...
se me olvidaba decir
se me olvidaba decir
se me olvidaba decir
lo que vine a pedir
si quieres bailar conmigo
esa canción tan bonita
aun no existe todavía
pero es mi canción preferida
ye, ye, ...
y añoro no haber muerto cada ida
cuando llegue la muerte
ya no sabré que hacer con ella
a lo mejor la palmo
y resucito siendo un cerdo
me olvido de que existo
y así no echare nada de menos
engordare deprisa
en el corral de las mentiras
comeré lo que me echan
como cualquier cerdo bueno
hasta que un ida el granjero
me se lleve al matadero
y convierta en embutidos
mis recuerdos mas grasientos
entonces piensa en mi
recuérdame amor mío
cada vez que te tomes
una tapilla de chorizo
ye, ye, ...
:-)
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