Archivo del blog

viernes, 19 de marzo de 2010

Los signos de la inmortalidad

Aunque mis ojos ya no puedan ver
ese puro destello que me deslumbraba.
Aunque ya nada pueda devolverme
las horas de esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos,
pues siempre, la belleza subsiste en el recuerdo..
Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues encontraremos
fuerza en el recuerdo,
en aquella primera simpatía
que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre,
en los sosegados pensamientos que brotaron
del humano sufrimiento
y en la fe que mira a través de la muerte,
y en los años, que traen consigo las ideas filosóficas.
...............
....................
Gracias al corazón humano, por el cual vivimos,
gracias a su ternuras, a sus alegrías, y a sus temores
la flor más humilde, al florecer, puede inspirarme
ideas que, a menudo, se muestran demasiado profundas para las lágrimas..


Sobre estos versos de la Oda "Intimations of inmortality" de William Wordsworth, Elia Kazan construye una gran obra maestra: Esplendor en la hierba.

La insorportable levedad del ser

El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro. /.../ Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ése es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada. Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. /.../ La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.


Milan Kundera

viernes, 12 de marzo de 2010

Unas manos


Cuando no sabía aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
Madre: era tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.

No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las manos y la noche.
A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y está vacío el mundo,
alguna vez, sube el olvido
aún al corazón.
Y me arrodillo
a respirar sobre tus manos.
Bajo
y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;
y tus manos son grandes; y la noche
viene otra vez,
viene otra vez.
Descanso de ser hombre,
descanso de ser hombre.

A. Gamoneda

Las palmeras salvajes -William Faulkner-

No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero.
La vieja carne al fin, por vieja que sea.
Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria
porque no sabría de que se acuerda
y así cuando ella dejó de ser,
la mitad de la ceremonia dejó de ser
y si yo dejara de ser todo el recuerdo, dejaría de ser.
Sí, pensó.
Entre la pena y la nada elijo la pena.

Descripción de la mentira [Fragmento]

El oxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.
El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,
y no acepté otro valor que la imposibilidad.
Como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,
escuché la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;
escuché la huida de los insectos y la retracción de la sombra
al ingresar en lo que quedaba en mí;
escuché hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en
mi espíritu,
y no pude resistir la perfección del silencio.”

A. Gamoneda

lunes, 8 de marzo de 2010

Esta tarde tuve un sueño


Estaba de viaje en algún lugar, no sé dónde, y me acompañaba mi hermana.


De repente, empiezo a sentir que mi visión es turbia, como si llevaras gafas y se hubiesen empañado los cristales. Sólo podía ver formas indefinidas. Agobiada le pido a mi hermana que nos alejemos de un centro bullicioso, lleno de turistas y de nativos que van de un lado a otro y que nos marchemos caminando a algún lugar a que me atiendan.

No sabemos bien hacia donde ir pero vamos caminando mientras hablamos de mil cosas.
Es extraño, a veces puedo recuperar por un momento la claridad, otras tengo delante de mis ojos como una nebulosa que me impide ver con nitidez.


Vamos por una calle llena de tráfico y un perro muy grande, de color canela y largo pelaje camina despacio por medio de la calzada. Está abandonado, debe de estar exhausto, con hambre.. parece que se arrastra sin dirección. De repente pasa un coche y le golpea las patas traseras. El coche sigue su camino y yo miro cómo el animal derribado en el suelo se queda quieto. Al cabo de un par de minutos se levanta y sigue unos pasos.. con una cojera aún más acentuada, pero resignado, como si no fuera la primera vez, como si estuviese habituado a la indiferencia de la gente y a los golpes.


Antes de poder reaccionar, giro la cabeza para decirle algo a mi hermana y oigo un golpe tan fuerte que cuando miro de nuevo a mi izquierda, compruebo que incluso ha arrancado de cuajo algunas piedras del asfaltado de la calle. El perro está tumbado a un lado, casi muerto. El hombre del coche baja y le grita porque el golpe le abolló la parte lateral de su coche. Luego, sube de nuevo al vehículo y se marcha. En ese momento soy consciente de que estoy viendo con toda claridad esa escena.


La gente pasa a su lado pero nadie se detiene a auxiliarlo. El perro se muere. Me voy hacia él y cuando lo tengo justo enfrente le tiendo la mano, él agacha la cabeza y cierra los ojos.. creo que tiene miedo. Pero él sabe que yo no le voy a hacer ningún daño y se acerca buscando mis caricias. De repente siento que me ahogan un montón de sensaciones en la garganta. Siento tanta rabia e impotencia que estallo en un grito horrible para caer al final derrumbada sobre mis rodillas al lado del perro. Con los ojos cerrados, poso la mano izquierda sobre la cabeza del animal que descansa encima de mis piernas mientras le acaricio su pelo.. su tacto es cada vez más suave.


Todo es confusión ahí fuera. Me parece oír gente pero como a lo lejos, creo adivinar luces de coches que me apuntan directamente a los ojos pero no puedo distinguirlos, no pueden pasar porque estamos justo en medio de la calle, pienso. No me importa, les odio a todos. Sigo con los ojos cerrados, mi propio grito me ha dejado en un estado de aislamiento en el que sólo existe la soledad de ese perro y yo.


Lloro deshecha.., es un llanto amargo que no deja escapar apenas lágrimas, porque no arranca de tanto que duele. Y no puedo concentrarme más que en los últimos estertores de ese animal, en su respiración y en cómo habrá sido su vida.. y sigo llorando porque me invade una pena infinita.. no puedo concebir que un ser vivo pueda conocer el amor y la compasión justo cuando está a punto de morir. Y sigo llorando y llorando porque creo que no merece la pena vivir en un mundo en el que te arrastras para ser golpeado una y otra vez mientras buscas ayuda a tu alrededor y no encuentras mas que indiferencia...

Y comprendo entonces por qué no puedo distinguir luces o personas, por qué no puedo reconocer los sonidos de la calle, por qué lo encuentro todo turbio, lejano y borroso..


Maya






miércoles, 3 de marzo de 2010

El Libro del Desasosiego

Somos quienes no somos, y la vida es veloz y triste.
El ruido de las olas por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad como un ruido sordo de espuma profunda!
¡Qué lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron!
Y todo esto, durante el paseo en la orilla del mar,
se me tornó el secreto de la noche y la confidencia del abismo.
¡Cuántos somos!
¡Cuántos nos engañamos!
¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la emoción!
Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado;
lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos;
lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción;
y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche, a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla del mar…
¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea?
¿Quién sabe lo que es para sí mismo?
¡Cuántas cosas sugiere la música y nos sabe bien que no pueda ser!
¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y no han sido nunca!
Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la playa invisible.
¡Cuánto me muero si siento por todo!
¡Cuánto siento si así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar.
Fernando Pessoa