Lo encontré de madrugada, acurrucado en mi puerta, como si estuviera esperándome. Lo cogí con cuidado y lo metí en una cajita de zapatos a la que previamente le había hecho unos agujeros lo suficientemente grandes como para que no pudiera escaparse pero sí respirar y sentirse tranquilo. Durante dos días le di una papillita hecha de agua y pan, hecha de bizcocho y leche.
Engullía con ansía y como si fuera un bebé, le daba un poquito cada dos o tres horas. Pero alguien me dijo que fuera a una pajarería y le comprase un alimento especial para pichones. Aquel polvo lo mezclé con agua y le di durante un día. Un solo día. Y esta madrugada, le di su última papilla convertida en veneno. Parece que era tan espesa que no pudo tragarla y murió asfixiado y con los ojos abiertos.
Ya...ya sé que lo hice con la mejor de las intenciones, que nunca pretendí hacerle daño, que no supe hasta este momento que cuando algo no está suficientemente diluido, no son capaces de deglutirlo. Que la maldita hija de puta de la tienda no tenía ni zorra idea pero aún así, me quiso asesorar. Pero ahí está la culpa. La culpa que no deja de verter lágrimas.
Lo más doloroso es que ni tan siquiera podría contarlo porque muchos dirían que era sólo un pájaro. La culpa y la incomprensión de la gente que me siente como un bicho raro. El bicho raro que no come carne, que se ocupa de animales abandonados, que se preocupa exageradamente de cualquier animal, incluso de un insignificante pájaro. Sí, sólo era un pájaro. Un ser vivo que por mi ignorancia murió de noche mientras yo dormía plácidamente en el mismo cuarto.
Que no haya intencionalidad en su muerte no me resta ni un ápice de culpa. Que estuviese conmigo tan sólo tres días no hace que me sienta más o menos apenada. Que sea un pájaro y no un perro no hace que duela menos. Era un ser vivo. Indefenso, vulnerable, pequeño.. tan pequeño y perdido..
Yo soñaba que en unas semanas le soltaría con los suyos y volaría lejos. Incluso fantaseaba con que un día, andando por la calle me reconocería y volaría hasta posarse en mi hombro.. Pero no. Se murió en silencio, no pudo decirme qué le pasaba ni yo supe entender que le estaba matando cuando le acercaba con mi dedo su alimento. Demasiado espeso para su pequeña garganta.
Ya nunca volará.
Su desgracia fue caer del nido y quedarse varado en mi puerta.
La mía no saber nada.
Ya sólo me queda llorar de culpa.
4 comentarios:
No hay culpa. Habría muerto si no lo hubieras cuidado, seguramente de hambre y frío, sufriendo más, o aplastado por cualquier hijoputa.
Ninguna muerte justifica nada, pero ahora sabrás cómo actuar la siguiente vez, que quizás ocurra, y lo salvarás...
Agradecida lectura... pero la culpa
deberíamos beberla como un rayo.
Saludos cordiales.
Maya, tu ayuda hoy ha sido providencial por eso mi entrada de hoy va por ti.
Por tu valentía, por ser una persona sensible y generosa.
Un abrazo
Bicho raro es aquel que vive impasible el dolor y el sufrimiento de otro ser vivo, aquel que se esfuerza en considerar raro y débil al que sí lo hace, envidiando en lo más intimo esa sensibilidad que nunca será capaz de experimentar.
LvU
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