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miércoles, 6 de septiembre de 2023

Ten legs, eight broken


To the spider,
he shadowed creature in the corner of the room
I hate you.
You scared me just as your brothers and sisters did before you,
and i will tell you what i told them,
you are a trespasser that does not belong here.
you entered without knocking.
Roamed freely like this is your home and decorated my walls with unwanted, silk webs without asking.
You may not be the only killer here, but only one of us is innocent,
and it's not you.

The spider says to me, it's brittle body squashed and dying,
It's not you, either.
There is venom infused in my fang-shaped maws,
but i was born this way.
What's your excuse?
If you could count your murders, how long would you be counting?
Am i really this threatening?

I thought human hearts were bigger that mine, but you have killed with malice instead of marrow of your bones and poison bubbling behind your scowl.

And i'm sorry for scaring you,
but i didn't know being seen would cost me my life.

Maybe
If you didn't fabricate the prickly feeling of my legs creeping upon your skin while I crawled across the living room floor,
If the webs I weaved were made of cotton candy and captured clementines, cherries, and sweet peas rather than struggling wings and blood;
If i had a pink tongue, push fur, a wagging tail, and fur legs instead of eight
If i had only two eyes, and they were glittering stars and not supermassive block holes;
If i was the same but looked different;
maybe you wouldn't hate me.

Maybe you wouldn't have loved me, either, and maybe you still wouldn't have let me stay,
but maybe you would've shown me the door or a window.
Maybe you would've shown me mercy.
(But you are still standing, and I am still sorry).

I think
maybe,
no matter how reluctant,
mercy would've been enough.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Las amistades desaparecidas/ Javier Marías



La otra noche me forcé a llamar a una vieja amiga (lo es desde hace cuarenta y tantos años), para por lo menos hablar con ella, ya que en los últimos tiempos nos vemos poco. Poco, pero todavía nos vamos viendo, lo cual ya es mucho, pensé, en comparación con lo que me sucede con decenas de amistades, o les sucede a ellas conmigo.

Me temo que nos ocurre a todos, y en algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino, o –insisto– que nos han dejado a nosotros orillados, colgados o en la cuneta. Uno sabe a veces por qué.


Curiosamente, las cuestiones políticas son, en España, frecuente motivo de ruptura o alejamiento. Si dos amigos divergen en exceso en sus posturas, es fácil que acaben reñidos sin que se haya dado entre ellos nada personal. Cabe la posibilidad de no sacar esos temas, pero es una alternativa siempre forzada: en el intercambio de impresiones se crea un hueco incómodo y que tiende a ocupar cada vez más espacio, hasta que lo ocupa todo y no hay forma de rodearlo, ni de disimular. Se charla un poco de fútbol, de la familia, del trabajo, pero la conversación se hace embarazosa, ortopédica, sobre ella planea el independentismo vehemente que uno de los dos ha abrazado, o su entrega a la secta llamada Podemos, o su conversión al PP, por ejemplo. Cosas que el otro no puede entender ni soportar.


Hay ocasiones más sorprendentes en las que uno también sabe por qué: porque presenció una mala época del amigo, que éste ya dejó atrás; porque le prestó o dio dinero, o lo vio en momentos de extrema debilidad. Hay quienes, lejos de tenerle agradecimiento, no perdonan a otro el haberse portado bien, o el haberles sacado las castañas del fuego. Cuando echamos una mano, del tipo que sea, en realidad nunca sabemos si estamos creándonos un amigo o un enemigo para el resto de la vida, y eso es particularmente arriesgado hoy en día, cuando hay tanta gente necesitada de manos para sobrevivir. Por propia experiencia, cada vez que echo una, me pregunto si recibiré gratitud por ella o una inquina invencible e irracional, un desmedido rencor. Supongo que el mero hecho de pedir ayuda –más aún de recibirla– representa para algunos individuos una humillación intolerable que harán pagar precisamente al que se la presta. Al que estuvo en condición de ofrecérsela y por lo tanto en una posición de superioridad. Aunque éste no la subraye en modo alguno, aunque dé todas las facilidades y reste importancia a su generosidad, hay personas que nunca perdonarán al testigo de su penuria, de su desmoronamiento o de su decadencia temporal. De su fragilidad.

Otras veces alguien se aparta porque al otro le va demasiado bien y es un recordatorio de lo que no tenemos. O porque le va demasiado mal y es un recordatorio de lo que a cualquiera nos puede aguardar.


En España hay que andarse con pies de plomo a la hora de mostrar los logros y los fracasos, la alegría y la desdicha. Un exceso de lo uno o lo otro es siempre un peligro, se corre el riesgo de quedarse solo y abandonado. Creo que era Mihura quien decía que un escritor afortunado debía hacer correr el bulo de que estaba gravemente enfermo, para permitir que se lo mirase con piedad y rebajar el resentimiento por sus éxitos: “Ya, pero se va a morir”, es un consuelo que atempera la envidia.

Pero demasiadas veces no sabemos por qué se desvanece una amistad. 

Por qué las cenas semanales, o incluso la llamada diaria, se han quedado en nada, quiero decir en ninguna cena ni una sola llamada. Sí, aparecen nuevos amigos que desplazan a los antiguos; sí, nos cansamos o nos desinteresamos por alguien o ese alguien por nosotros; sí, un ser querido se torna iracundo, o lánguido y perpetuamente quejoso, o exige invariablemente sin aportar nunca nada, o sólo habla de sus obsesiones sin el menor interés por el otro. De pronto nos da pereza verlo, nada más. No ha habido riña ni roce, ofensa ni decepción. Poco a poco desaparece de nuestra cotidianidad, o él nos hace desaparecer de la suya. 
Y falta de tiempo, claro está, el aplazamiento infinito. Esos son los casos más misteriosos de todos. Quizá los que menos duelen, pero también los que de repente, una noche nostálgica, nos causan mayor incomprensión y mayor perplejidad.