Hay amigos, pocos amigos, de esos que aparecen muy de vez en cuando en tu vida y que vuelven a ponerse en contacto porque se han enterado por ahí que tu pareja te ha dejado o que has pillado COVID. Muchas veces ejercen de inesperada luz para convertir lo que parecía un pozo sin fondo, en un túnel con salida.
Son personas que van por el mundo sin otra mochila que la lealtad sincera y cálida. Colosos de la cotidianeidad que, sin querer, te hacen sentir mal porque, al compararte con ellos, te descubren lo egoísta y pusilánime que puedes llegar a ser.
Si no contactas con ellos no se enfadan, porque si algo les caracteriza es creer sinceramente que la lealtad jamás se pide, solo se ofrece. Y no puedes evitar pensar en lo esforzadas y sacrificadas que deben ser sus vidas, hasta que un día te das cuenta que siempre has estado equivocado.
Estos seres extraordinarios van ligerísimos de carga. Tienen sus dramas y sus problemas, claro que sí, pero en realidad, no le deben nada al futuro o al pasado. Si creen en el valor de la lealtad es porque creen en el valor del hoy, del estar aquí, de generar momentos que merezcan la pena sin pedir a cambio más que le dediques, durante unas horas, el mismo tiempo que ellos ponen en ti.
Los abandonas cruelmente o sin querer, en tu insoportable narcisismo, y ellos vuelven, sin condiciones y queriéndote con esa fidelidad insobornable con la que una abuela ama a su nieto primerizo. Qué estúpidos somos: cuánto tiempo dedicamos a aquellos y aquello a lo que no importamos lo más mínimo. Qué poco esfuerzo dedicamos a los que darían todo por nosotros sin pedirnos que nosotros lo demos por ellos.
Esa gente es, en si misma, una lección de vida.
No hay nada más valioso que la amistad, ni tan siquiera la vida, porque la vida sin la amistad no tiene sentido alguno.
Dani Méndez