"Si quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos podría producirse el despotismo en el mundo, veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre si mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenar su alma.
Cada uno de ellos separados de los demás es extraño al destino de todos, sus hijos y sus amigos particulares forman para él, toda la especie humana.
En cuanto al resto de conciudadanos, están a su lado pero no los ve, los toca pero no los siente, no existe mas que en si mismo y para si mismo y si todavía le queda una familia, se puede decir por lo menos, que ya no tiene patria.
Por encima de ellos, de estos individuos desarraigados, se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por si solo de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno, se parecería al poder paterno si como él, tuviese como objeto preparar a los hombres para la edad viril, pero al contrario no intenta mas que fijarlos irrevocáblemente en la infancia. Quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que sólo piensen en gozar. Trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser su único agente y su solo árbitro. Se ocupa de su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, gobierna su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias, no podría quitarles por entero la dificultad de pensar y la pena de vivir.
Es así como cada vez hace menos útil y más raro el empleo del libre arbitrio, cómo encierra la acción de la voluntad en un espacio menor y cómo poco a poco arranca a cada ciudadano hasta el uso de si mismo.
La igualdad ha preparado a los hombres a todas esas cosas, les ha dispuesto a sufrirlas y a menudo incluso a considerarlas beneficiosas.
Tras haber tomado así por turno a cada ciudadano en sus poderosas manos y haberle modelado a su modo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie con un enjambre de pequeñas reglas, complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuáles las mentes más originales y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso para sobrepasar la multitud. No destruye las voluntades, sino que las ablanda, las doblega y las dirige. Raramente fuerza obrar, pero se opone constantemente a que se actúe. No destruye, pero se impide hacer. No tiraniza, pero molesta, reprime, debilita, extingue, enbrutece y reduce a cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno.
Siempre he creído que esa especie de servidumbre ordenada, dulce y pacífica, que acabo de describir, podría combinarse mejor de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad y que no le sería imposible establecerse a la sombra misma de la soberanía del pueblo.”
El visionario de Alexis de Tocqueville en La Democracia en América, 1835.